Tengo una remera del Che, y no sé por qué

Así cantan los jóvenes en Argentina, admitiendo lo frívolo que es portar la imagen de una persona, sin tener la más mínima idea de lo que hizo, o no hizo. Gracias al marketing y al impulso dado desde sectores de la izquierda interesados en ganar adeptos a su causa, no mediante el convencimiento ideológico, sino mediante la implantación de imágenes y causas de consumo rápido, el Che Guevara ha sido elevado a la categoría de ícono de masas.

Sin embargo, una aproximación a lo que fue su vida, nos permitirá concluir que esa glorificación es totalmente infundada. Para alcanzar unas metas que tal vez creía correctas, el Che utilizó la violencia indiscriminada, el asesinato, los fusilamientos, en general, el odio visceral y a muerte hacia quien no compartiera sus puntos de vista.

En 1957, en Sierra Maestra, en pleno ascenso de los barbudos a la toma del poder en Cuba, el Che asesinó a Eutimio Guerra, sospechoso de haber delatado la posición del grupo insurgente a las fuerzas del dictador Batista, lo que permitió un bombardeo que casi acaba con los rebeldes. Ante la indecisión de otros para cumplir la sentencia dictada por Fidel Castro, el Che tomó una pistola y le descerrajó un disparo en la sien derecha, así reconocido crudamente en el diario del falso ídolo. El mismo Che asesinó a Aristidio, un campesino que solicitó abandonar las filas subversivas. Homicidio cruel de seres que se encontraban en estado de indefensión, sin justificación alguna, ni siquiera ante la interpretación más laxa de los cánones del DIH.

Alcanzada la victoria, en La Cabaña, se produjeron una serie de fusilamientos, fruto de pseudojuicios revolucionarios, en los que se calculan entre 500 y 1000 ejecutados. El Che como jefe de la guarnición dirigió los juicios, de los que se sabe no fueron un alarde de garantías y derecho a la defensa. “Ante la duda, mátalo”es la frase atribuida al Che, que al parecer fue principio rector de los juicios de La Cabaña. Masacre es el calificativo mínimo para lo ocurrido en La Cabaña, contra personas fuera de combate, o que ni siquiera habían sido combatientes, fusilados por pensar distinto.

El Che pasó también a la historia por ser el precursor de los campos de concentración en Cuba, en particular el de Guanahacabibes. En este centro fueron recluidas personas con fines de “reeducación”, y posteriormente homosexuales, disidentes y, en años más recientes, enfermos de Sida. El Che fue el sucesor en Cuba de la obra que Hitler había iniciado en Auschwitz y Buchenwald.

Su brillantez en el terreno de la estrategia militar, es también una elaborada creación. Una de sus mayores victorias, la captura de un tren que llevaba refuerzos a Santa Clara, al parecer se consiguió sobornando a su conductor. Ni qué decir de sus frustradas intentonas revolucionarias en el Congo y en Bolivia, donde finalmente encontró la muerte, por absoluto desconocimiento de las realidades sociales de esos lugares.

Siendo Ministro de Industria, consiguió que la producción de caña de azúcar se redujera a la mitad, e introdujo el concepto de ración, toda una institución en la isla. De no estar Cuba bendecida con su posición geográfica, y de no haber contado con la ayuda de la URSS, hubiera sufrido una hambruna de proporciones incalculables.

Hoy día resuenan sus frases, utilizadas como soporte ideológico para toda suerte de grupos con pretensiones revolucionarias: «…El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar…”, o «…Si los cohetes [nucleares, ni más ni menos, que la URSS trató de instalar en Cuba] hubiesen permanecido, los hubiésemos utilizado a todos y dirigido contra el mismo corazón de los Estados Unidos, incluida Nueva York, en nuestra defensa contra la agresión…».

Entonces, si se trata de entronizar como íconos a personajes de la catadura del Che, extraño no ver a nadie usando camisetas de Pol Pot o de Himmler. Y, paradojas de la vida, se revolcaría en su tumba el Che de saber que con su imagen se están generando inmensas utilidades, no con destino a la revolución o a la justicia social o cosa por el estilo, sino a los bolsillos de unos cuantos que supieron explotar la buena fotografía tomada por Alberto Korda en 1960.